Traté de dejarlas de lado, de no prestarles atención cuando invadían insolentemente mi conciencia. Todo fue en vano. Es más, insistían con mayor intensidad en presentarse ante mí.
Evidentemente así no lograba aquietar mi mente. Decidí entonces cambiar de táctica. Me dije – bien, observaré atentamente a estas preguntas, no hay duda de que necesitan una respuesta –. Me predispuse a hacerlo del mejor modo posible, pero por más que las atendiera no lograba aclarar la situación. -¿A dónde fui? ¿Dónde estuve?, la incógnita continuaba.
¡Hum! Qué podría hacer – me preguntaba. Comencé entonces a conversar con otras personas sobre este asunto que me tenía a mal traer. Me había propuesto contarles en detalle lo ocurrido para luego pedirles su opinión con la esperanza de encontrar alguna respuesta en sus comentarios. No contaba yo con que esto resultaría muy dificultoso. Aquí apareció el siguiente problema: por más que intentara explicarles con la mayor claridad que me era posible, la conversación siempre terminaba al estilo Babel. ¡No había manera de hacerme entender! Así, sintiendo una cierta orfandad de amigos que pudieran comprenderme, como suele ocurrir a muchos adolescentes, tuve que abandonar este método.
Ya no sabía qué hacer para develar lo escondido vaya a saber en qué profundidad de mi mente.
Una suerte de ansiedad creciente empezaba a hacer su entrada tratando de instalarse en mí; llegando una noche a quitarme el sueño reparador. Era algo que presionaba empujándome casi hasta la desesperación. Entonces a la madrugada de ese mismo día me relajé, aflojé no solamente mis músculos; mis imágenes y mis expectativas se suavizaron, dejé de buscar los resultados. Cuando surgían las preguntas tan solo reflexionaba brevemente sobre ellas y luego las “soltaba” dejando que ellas solitas fueran a alojarse en el lugar que pareciera habían conseguido para sí. El tiempo fue transcurriendo como lo hace habitualmente
Qué serena y silenciosa está mi mente en este preciso instante, como las quietas y amables aguas del mar de
Nuevamente he regresado. Nada pareciera haber cambiado.
Una intensa y cálida luz ocupa el lugar central en mí; fuego sagrado que alcanza suavemente mi corazón y se expande ocupando cada vez más el espacio. Me quedo allí mientras tengo absoluta certeza de ir Despertando. No hay preguntas, no hay respuestas, apenas sensación. Una suave alegría me embarga. Veo diferente. Las personas y las cosas tienen una profundidad y brillo inusual. La atención fluye, permanece sin esfuerzo. Estoy en lo que estoy.
(*) Del capítulo XIV,
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